Arcadi

Nombre: Luis Fernando Rodríguez

Seudónimo: Arcadi

Edad: 37

Género: Masculino

Nacionalidad: Mexicano

Institución de Educación Superior

UNAM

Cuéntanos tu versión de la cuarentena, ¿cómo la sobrevives?

El confinamiento ha sido maravilloso para mí. No sólo porque soy misántropo (no soporto mucho a la humanidad y además creo que somos el peor virus que le ha pasado al planeta). Amo estar solo con mi perro (se llama Marlon, como el actor que interpretó a Stanley Kowalski), arreglar cualquier desperfecto que tenga mi casa (soy handyman), escuchar la música que me gusta con sus lados B y, sobre todo, no tener que manejar a ningún lado. Manejar… Esa es la cuestión en una ciudad tan grande como CDMX… Manejar o esperar horas el metro. No me molestan las aglomeraciones, lo que odio es esperar y la lentitud. No sé por qué siempre vivo acelerado. El encierro, por ello, me ha resultado revitalizante, reparador. A pesar de que me gusta el componente político, estratégico y comunicacional de mi trabajo, la presencialidad ya era desgastante.

Trabajo en un lugar muy bonito e histórico, la zona de Tlatelolco, la cual es un ícono de la arquitectura mexicana. Pero cuando vives a 22 km pierdes todo el gusto por ir a trabajar, interactuar y hacer cosas. Entonces, ocurre lo de la Peste y me mandan a casa y yo feliz. Como había escuchado del brote de coronavirus en China y que se estaba expandiendo, me imagine que iba a llegar a América en algún momento, entonces desde enero me fui preparando con suplementos, vitaminas y cuanto chocho y jugo encontraba para fortalecer mi sistema inmunológico. Y hasta la fecha no me ha dado la peste. Aplico los protocolos cuando salgo a comprar comida, me lavo las manos veinte veces al día, igual cuando regreso a casa. A mi mamá la visito muy poco y cuando voy no me acerco a ella y cuando me quiere abrazar o besar le digo que «nel», mejor cuando el Dr. López-Gatel diga que ya se puede, porque si nos da la peste ya nos fregamos todos.

 

Me gusta la idea de trabajar en línea y lejos de una oficina. Aunque mi vida es desordenada y no priorizo lo importante sobre lo urgente, siempre estoy ocupado, realizando diversas actividades. Durante mi día a día, intercalo actividades como colocar una repisa nueva, darle mantenimiento a algún aparato (que implique también desarmarlo) o tomarle miles de fotos al perro, con pendientes del trabajo que requieren de mucha concentración o creatividad y recibir las llamadas a toda hora de mis jefes. Alternar actividades me genera plasticidad neuronal, cuestión que disfruto porque me siento mejor que nunca. Y todo gracias a un virus raro, cuyo origen es difícil de precisar.

 

Ojalá no regresemos nunca a la normalidad, porque esa normalidad nos estaba matando lentamente y sin darnos cuenta. Estábamos muertos por dentro, viviendo únicamente para trabajar. Ahora, gracias al bicho, hemos redescubierto y valorado nuestras relaciones con las personas a quienes verdaderamente extrañamos, hemos ahorrado y dejado de ser tan consumistas y lo más importante, nos hemos reconciliado con nuestro entorno más inmediato, el cual siempre será nuestro hogar.

 

¿Cómo podrían las universidades crear redes de solidaridad y apoyo para sus comunidades y sus sociedades, a partir de esta experiencia y nueva manera de entender las relaciones?

Fomentando desde las aulas y las actividades de extensión el Emprendedurismo Social, es decir, la formación de empresas e innovaciones sociales que empoderen a las comunidades frente a las crisis recurrentes. La pendemia de Covid19 es una oportunidad para brindar soluciones creativas y capitalizarlas en favor de las comunidades. Las universidades, en contraste con las empresas, tienen un compromiso social que les permite incidir sin fines de lucro en la comunidad. La incubación de empresas de índole social desde la universidad con participación de la comunidad es un buen motivo para generar redes de confianza y solidaridad.