Edad: 51
Género: Femenino
Nacionalidad: Mexicana
Institución de Educación Superior:
Universidad Iberoamericana CDMX
Cuéntanos tu versión de la cuarentena, ¿cómo la sobrevives?
En un inicio yo me sentía bastante tranquila y con emociones encontradas: por un lado, contenta por la oportunidad de «parar» un momento, pero también preocupada por mi familia y sectores de la sociedad en situación de vulnerabilidad. Con el pasar de las semanas mi estado anímico ha variado.
Para darme a entender sobre lo que yo experimentaba en esos primeros días quisiera mencionar, en contraste, cómo era mi vida cotidiana justo antes de la cuarentena: en las mañanas me tenía que levantar muy temprano y con sensación de no haber descansado suficiente y comenzaba el ritmo frenético de actividades, como levantar a mi hija, hacer desayunao, salir corriendo de casa para llevarla al colegio, con una sensación de angustia por el tráfico tan terrible que hay en la «ciudad monstruo» que es la CDMX y de ahí atravesarla toda para llegar a mi trabajo, ubicado en una de la zonas más conflictivas (en cuanto a tráfico). En total cerca de dos horas en el trayecto con mucha ansiedad. Ya en mi trabajo realizaba las actividades que, en su mayoría, me resultan bastante agradables tales como dar clases y hacer vinculación con OSC que son receptoras de prestadores de servicio social, y otras no tan satisfactorias de tipo administrativo (que bien pudieran hacerse siempre en modalidad «home office») . De vez en cuando yo realizaba visitas a alguna OSC para dar seguimiento a los proyectos, lo cual disfrutaba bastante porque me gusta mucho el trabajo de campo. Sin embargo, la mayoría de actividades las realizaba en mi oficina. Todos los días, a la hora de la comida (que hacía con prisas en el comedor de la universidad) estaba al pendiente de recibir un mensaje de mi hija con la imagen de pantalla que contenía los datos del conductor de Didi o Uber que la estaba llevando a casa, no me hacía mucha gracia que ésa fuera la manera de que ella pudiera llegar a casa, pero no tengo a nadie que me apoye en esa tarea (y el transporte público se ha convertido en un espacio muy peligroso para las mujeres). Tampoco me agradaba la idea de que comiera sola en casa y pasara varias horas sola. A la salida me mi trabajo generalmente me iba directo a casa, padeciendo nuevamente la tortura del tráfico, los martes iba a clase de Yoga y los jueves con mi psicoanalista. En los días previos a la pandemia mi hija y yo solíamos visitar todos los domingos a mis padres, ya bastante grandes y delicados de salud. También yo realizaba una labor voluntaria (apoyo educativo a niñas y niños) cada fin de semana en un campamento de familias indígenas que viven en la calle (en una zona céntrica muy «hípster») y que fueron expulsados violentamente por la policía de un terreno desde hace más de dos años. A mi pareja lo veía una vez entre semana y todo el fin de semana, a veces con su hija que es de la misma edad que la mía, ambas adolescentes. A mis amigas y amigos les veía de vez en cuando en fin de semana, en reuniones y comidas. Y de vez en cuando hacíamos algún viaje corto fuera de la ciudad.
Cuando empezó la cuarentena yo me sentía bastante tranquila e incluso contenta por poder estar más tiempo en casa, a pesar de que tuve que aprender rapidísimo a usar Zoom para dar clases y de que el trabajo se incrementó para atender todos los imprevistos (después de vacaciones de semana santa se normalizó), pero empecé a dormir más horas y despertar con la sensación de haber descansado. También ha sido muy disfrutable convivir más tiempo con mi hija, cocinar y compartir con ella los alimentos sin prisas. Incluso he tenido tiempo para retomar la lectura de libros que tenía pendientes. Vaya, hasta poder convivir y disfrutar más a nuestras mascotas (un gato viejo y enfermo y una gatita).
Algunos días han estado con nosotras mi pareja y su hija y ha sido muy agradable conocernos más. Mi pareja ha sido muy solidario y cooperador, ya que casi no está yendo a trabajar (solamente lo han requerido presencialmente en situaciones muy puntuales) y cuando se queda en mi casa tiene atenciones como prepararnos algo de comer, arreglar algunos desperfectos de la casa, además de que colabora mucho en labores domésticas. Su hija y mi hija se llevan bastante bien, platican y ríen mucho, bailan y hacen videos Tik Tok, entre otras cosas… Fuera de eso a mi hija no le ha caído tan en gracia la cuarentena porque dejó de ver s sus compañeros de la escuela y porque algunas/os de sus profesores han dejado muchas actividades y tareas de manera desorganizada; en cambio otras/os profesores han sido más empáticos y conviven virtualmente de otra manera.
Mi hija entiende muy bien la situación pero a menudo se queja de estar harta, encerrada, le cuesta trabajo seguir una rutina y en ocasiones la tengo que estar «arreando», más ahora que nos encargamos de toda la limpieza de la casa (la trabajadora doméstica no está viniendo pero sí le estoy pagando). Aunque por otro lado, la labor de limpieza ha tenido buenas consecuencias, ya que al contar con bastante tiempo nos hemos dedicado a reordenar muchas cosas en la casa y hay partes que se ven mucho mejor y son más funcionales.
A mis padres los he dejado de visitar, pero nos hablamos diariamente y a veces hacemos videollamadas. Ellos cuentan con una persona que los apoya en el trabajo doméstico y una cuidadora que está casi todo el día organizando la toma de medicamentos y atendiéndolos en actividades que no pueden hacer solos. Solamente en tres ocasiones he ido a su casa para llevarles cosas que me pidieron, no tuvimos contacto directo, se los dejé en la puerta a la cuidadora y desde afuerita, por la ventana, nos saludamos y conversamos brevemente. A veces me siento muy triste porque sé que si llegaran a infectarse de coronavirus no tendrían posibilidades de sobrevivir. He sentido deseos de poder estar físicamente con ellos y extraño tocarlos y abrazarlos, pero al mismo tiempo tengo esa sensación de que yo podría ser portadora asintomática y que podría infectarlos y pensar en esa posibilidad me despierta mucha culpa.
En cuanto a las familias indígenas del campamento, comencé a recibir noticias que me preocuparon mucho: no están en condiciones de cumplir con «Quédate en casa» por que no tienen casa ni con «lávate las manos» porque no tienen agua potable ni otros servicios y encima ya no les permitieron realizar sus actividades para generar ingresos, como son la venta de artesanías (la típica muñeca mexicana), chicles, dulces y botonas en la vía pública de las zonas más turísticas de la ciudad. A las niñas y niños del campamento indígena los vi por última vez una semana después de que inició la cuarentena, acudí con una compañera a llevarles frutas, detergente y gel. Hubo un momento de tensión entre familias porque el detergente y el gel no alcanzaron para todos. Fuimos muy rápidamente pero me quedé con el corazón «apachurrado». Mis compañeros y yo hemos hecho una campaña para recaudar donativos a través de una OSC que se dedica a comprar despensas y artículos de higiene y se los lleva una vez a la semana, lo cual es bueno pero no es suficiente porque el problema no se resuelve de raíz y eso no me tiene tranquila.
En cuanto a otras actividades, sigo tomando clase de Yoga vía Zoom y mi psicoanalista me atiende telefónicamente. Debo decir que me encanta no tener que desplazarme por la ciudad en «horas pico» (saliendo del trabajo). Además mis amigas/os y yo hemos hecho alguna reuniones virtuales y las he disfrutado mucho, aunque cada quien esté comiendo y bebiendo en su casa la pasamos bien brindando, bromeando y compartiendo anécdotas, opiniones, preocupaciones. Por cierto que también hemos hecho algunas reuniones virtuales con mis papás, mi hija, mi hermano y su hijas que viven en otra ciudad y hemos conversado bastante.
Al pasar las semanas la situación en general he comenzado a incrementar mis preocupaciones. En primer lugar las relacionadas con la familia y seres queridos y después por las noticias que en el trabajo mis compañeros y yo hemos estado recibiendo, ya varias OSC que atienden población en vulnerabilidad están pasando por momentos difíciles, particularmente me he enterado de casas-hogares que se las están viendo duras para seguir recibiendo donativos y poder alimentar adecuadamente a las niñas y niños. Están refiriendo que sus donadores, a su vez, están pasando por una situación difícil, lo que les está impidiendo seguir apoyando de la manera en que lo hacían. También nos enteramos de una organización muy buena, que tiene un huerto urbano demostrativo precioso y promueve la educación ambiental, va a cerrar por falta de recursos económicos.
La semana pasada y sobre todo esta semana, que coincide con la del «pico de mayor contagio» me han hecho sentir más cercano el tema de la muerte: El papá de uno de mis mejores amigos falleció por coronavirus y no hubo velorio ni misa ni manera de estar más cerca. Y en cuanto me enteré le llamé a mi papá, no le conté la noticia, pero es que sentí mucha necesidad de escucharlo. Días después supe que este amigo, su esposa y sus dos hermanos están enfermos, sin síntomas graves (y deseo sigan así, hasta que se les pase). La posibilidad de perder a uno de mis amigos más queridos me ha dolido mucho… Una compañera del grupo que asiste con las niñas y los niños del campamento indígena también nos compartió que un familiar había fallecido por coronavirus.
En esta semana yo había previsto que pasaría todos estos días con mi pareja, que estaríamos juntos en los días del «pico de mayor contagio» sin asomar ni siquiera la nariz y habiendo hecho las compras de despensa necesaria… sin embargo, antier su jefe lo requirió para un trabajo muy puntual, cuando me lo dijo no pude evitar el llanto por el miedo, creo que las noticias sobre mi amigo, su papá y sus hermanos, y otras más, me han tenido muy sensible… no sé… fue como sentir que me él me decía que se iba para la guerra o algo así, sé que suena exagerado pero es lo que sentí. Él me dijo que el trabajo que tenía que hacer era en una zona de la ciudad muy cerca de su domicilio y que quería aprovechar para arreglar algunas cosas en su casa. Y ahorita estamos en el dilema de cuándo vernos otra vez: claro que tenemos ganas de vernos y estar juntos, en este fin de semana le toca estar con su hija y la mía la extraña mucho, pero el tema del alto contagio y la cada vez menor disponibilidad de hospitales (si es que se llegan a necesitar) nos preocupa y estamos deliberando.
Todo esto me ha hecho pensar mucho en mis papás, mi pareja, mi hija, mis seres queridos, en mí misma… en la fragilidad que tenemos los seres humanos, de la cual estamos ahora más conscientes y en la cual, por lo general, evitábamos pensar bajo la ilusión de que podemos planear y controlar la vida.
¿Cómo podrían las universidades crear redes de solidaridad y apoyo para sus comunidades y sus sociedades, a partir de esta experiencia y nueva manera de entender las relaciones?
Hasta ahora me ha parecida muy buena la respuesta de mi universidad dentro y fuera. Al interior está poniendo al servicio de su comunidad espacios y apoyos para el bienestar físico y emocional, para tener herramientas útiles de trabajo y para intercambiar ideas y aprender cosas nuevas, lo cual agradezco mucho y deseo que continúe en la misma línea. Al exterior, la universidad ha participado en investigaciones sobre el impacto en la sociedad y ha generado propuestas específicas, que ojalá fueran escuchadas y tomadas en cuenta por las autoridades gubernamentales y, si no fuera así, que genere estrategias más contundentes para incidir en este tipo de decisiones políticas (ir más allá de publicar resultados y emitir recomendaciones).
Pienso que al interior de la universidad sigue reflexionar sobre los modos de vida que estábamos llevando y generar para sus colaboradores condiciones de trabajo a largo plazo (y no solamente como reacción a la crisis) que permitan un mejor equilibrio en las diferentes áreas de vida. En concreto, pienso en modelos híbridos que permitan que realicemos ciertas labores presencialmente en la oficina y que otras puedan hacerse en casa («home office»), de tal manera que disminuyan las aglomeraciones, el tráfico y la contaminación en la zona donde está ubicada la universidad y que podamos estar un poco. más de tiempo en casa y conviviendo más con la familia.
Específicamente para las/los académicos, que se sigan generando más espacios de análisis (y de toma de decsiones) sobre temas como: ¿para qué queremos formar a las/los jóvenes?, ¿qué es lo realmente relevante?, ¿qué temas y aspectos deseamos seguir abordando? ¿qué es necesario desechar? ¿cómo los vamos a formar?
En cuanto a las/los estudiantes, convendría trabajar en ellos el fortalecimiento de ciertas habilidades tales como trabajar con mayor autonomía, asumir con mayor responsabilidad y madurez su propio proceso de aprendizaje, así como desarrollar un compromiso social ante la situación de crisis tan fuerte.